lunes, 14 de marzo de 2011

Mi batalla con Marcela


El periodista español Joaquim Ibarz Melet, corresponsal para América Latina del periódico La Vanguardia desde 1982 y con residencia en México, falleció el pasado sábado 12 de marzo en su domicilio en Zaidín (Huesca) a los 68 años de edad a causa de un tumor cerebral.

Ibarz Melet, quien desde hace seis meses recibía tratamiento en Barcelona, desarrolló su labor profesional en Latinoamérica, y apenas en octubre pasado había recibido en Nueva York el Premio María Moors Cabot, concedido por la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.

En 2009 fue premio "Cirilo Rodríguez" de Periodismo, por su trabajo en América Latina, donde cubrió los conflictos armados en Panamá, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia y Perú y todas las Cumbres Iberoamericanas, el triunfo sandinista en Nicaragua, la pacificación de Centroamérica (Esquipulas 1986 y 1987) y los procesos electorales en los países de la región.

Joaquim, quien estudió periodismo en Navarra y comenzó su carrera profesional en "El Noticiero", fue galardonado en 1993 con el Premio del Centro Internacional de Prensa de Madrid al mejor trabajo español en el extranjero.

El siguiente es un artículo publicado en La Vanguardia el 14 de mayo de 1989 y reproducido este fin de semana por el periódico español

Al general Noriega no le gustaron las primeras crónicas que escribí sobre su gobierno

Una mujer desconocida se acercó y con voz de sargento me dijo: “¿Eres Joaquim Ibarz? Pues eres un hijo de p..., cambia de postura o te va a ir mal”, Quien me amenazaba era Marcela Tazón, secretaria privada de Manuel Antonio Noriega. Con aquel corto diálogo, sostenido el 4 de marzo de 1988, se inició una larga cadena de incidentes entre las autoridades panameñas y este corresponsal, hasta el punto de que parece que se me considera como un enemigo del general más que como un informador que se limita a contar lo que ve.

A Noriega, a su jefe de prensa —mayor Edgardo López, correveidile y “número uno” del general– y a la secretaria privada —una mujer con gran influencia que tiene fama de déspota— no les gustaron las primeras crónicas de este enviado después del inicio de la crisis panameña. Gracias al telefax, las autoridades tienen encima de su despacho las crónicas de los enviados de prensa cuando inician su jornada de trabajo. Al igual que sucede en muchos países latinoamericanos, les interesa especialmente lo que se publica en los diarios españoles y norteamericanos. El encono visceral hacia este corresponsal estuvo motivado por unas crónicas en las que ponía en duda la bandera nacionalista levantada por Noriega contra EE.UU ., señalando que el general había sido el más fiel aliado de Washington en la zona durante muchos años. A Marcela Tazón le molestó especialmente que en uno de mis trabajos afirmara que buena parte de la población panameña deseaba una intervención militar norteamericana con tal de deshacerse de Noriega (lo cual es una realidad que fácilmente se comprueba en Panamá).

Días después de aquel primer encuentro con Marcela, volví a encontrarme con la secretaria del general en un restaurante japonés. Al reconocerme, vino corno una energúmena hacia mí y volvió a insultarme gravemente con lenguaje barriobajero, al tiempo que escribió en un papel la frase “ni un paso atrás”, que utilizan los seguidores de Noriega en su campaña de falso nacionalismo. No volví a tener referencias directas de Marcela durante unas semanas —pero sí varios mensajes de manera indirecta— hasta que se produjo el intento de golpe del coronel Macías, jefe de la policía. Al llegar a la comandancia de las Fuerzas Armadas, se encontraba en un balcón del tercer piso Manuel Antonio Noriega, en compañía del mayor López Grimaldo y de su secretaria. Cuando se retiró el general, Marcela y el mayor empezaron a dedicarme los peores epítetos y a pedir a los paramilitares que me rodeaban poco menos que un linchamiento, escena que fue captada por varios cámaras de televisión. Gracias a la protección de los compañeros pude salir bien parado de aquel trance, aunque tuve que refugiarme primero en la embajada de España y después en la nunciatura apostólica, donde el nuncio, mi buen amigo Josetxo Sebastián Laboa, me ofreció pasar la noche para ‘”mayor garantía de seguridad”.

Las semanas que pasé en Panamá estuvieron marcadas por presiones y amenazas veladas para forzar mi salida del país, cosa que finalmente hice 45 días después de mi llegada, cuando el interés informativo bajó.* No regresé a Panamá hasta el 23 de enero. Nada más llegar a los servicios de inmigración, vi que en uno de los lados de la ventanilla había una pequeña lista negra en la que figuraba mi nombre junto con el de Lucía Newman. corresponsal de la cadena norteamericana CNN, y el de J. L. Brown, corresponsal de Reuter, que habían sido expulsados tiempo atrás. El agente de inmigración retuvo mi pasaporte, como es práctica común con todos los periodistas que llegan a Panamá, y me condujo a los servicios de inmigración. Allí me mantuvieron incomunicado durante cinco horas, sin la más pequeña explicación, hasta que fui expulsado a Caracas. Las autoridades afirmaron que no me permitían ingresar en el país porque me había negado a entregar el pasaporte, cuando la realidad fue que el G-2 (inteligencia militar) retuvo mis documentos, incluidos los billetes de avión, y no me los devolvieron hasta que estuve dentro del avión con rumbo a Venezuela.

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